viernes, 22 de marzo de 2024

35 SUSPIRO DE VIDA

Llevaba 29 semanas de gestación. Había sido hasta ese momento un embarazo casi perfecto tanto para la madre, como para la bebé, y por consiguiente para el resto de la familia. Era una sola bebé, eso decían todas las ecografías, pero el tamaño de la barriga daba para pensar que habían como tres. Conforme siguieron pasando las semanas algo no le empezó a gustar a la ginecóloga con respecto al tamaño de la barriga, y vino el primer diagnóstico preocupante. La sabia madre naturaleza que es experta en equilibrios dice que los excesos son malos, y en este caso el exceso de líquido amniótico, contrario a lo que cualquiera pudiera pensar, también era malo para la bebé, pudiendo causar grandes daños en su pequeño organismo, una afección conocida como polihidramnios. En el control de la semana 35, los padres llegaron a la cita, la ginecóloga hizo su labor de revisión rutinaria y determinó que la niña debía de nacer ya, y programó la cesárea para el día siguiente. Los padres pasaron el día con la mayor tranquilidad que pudieron; hicieron las vueltas que consideraron pertinentes para la llegada de la bebé y se acostaron a dormir a esperar el gran momento. Todo hasta el momento parecía normal, incluso en el inicio de la cesárea. Sin embargo, cuando la niña salió de la barriga de su madre, la expresión de los médicos inmediatamente indicaron que lago no estaba bien. El Pediatra tomó a la niña entre brazos y a toda velocidad se la llevó a la sala contigua. El padre de la niña se fue tras de ellos para ver el estado de su hija. Ella estaba hinchada y morada. El pediatra estaba con un colega haciendo maniobras, y el padre solo veía, sin interrumpir la labor de los galenos, como uno de ellos, de casi dos metros de altura, con uno de sus gruesos pulgares puesto en el pecho de la pequeña, la exprimía como si de una fruta se tratara y la bebé expulsaba grandes chorros de líquido tanto por la nariz como por la boca, mientras que el otro pediatra le ponía la bomba de respiración. Pasados unos minutos, todo se vio en absoluta calma, y por fin uno de los pediatras se acercó donde el padre y le explicó que la pequeña no había respirado inmediatamente, ocasionando una pequeña hipoxia. Esto en principio no representaría ningún riesgos para el cerebro de la niña, pero ese día estaría en incubadora y con oxigeno mientras la monitoreaban. En horas de la madrugada, el médico que la exprimió en su pecho fue a hacerle la ronda y se sorprendió con lo que vio. La bebé de alguna forma, con apenas unas horas de vida, se había quitado ella sola la sonda del oxígeno, y estaba respirando por sus propios medios y sin ninguna dificultad. El médico al contarle esto a los padres solo atinó a decir "ella misma nos dijo que no lo necesitaba, que ella sola podría respirar".

JORGE ARANGO CASTAÑO  Todos los derechos reservados
Sep 26 de 2019

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