jueves, 27 de noviembre de 2014

“PARA QUE AMO LA VIDA, SI ESTOY CASADA CON LA MUERTE” (PARTE 1/3)

En primera instancia quiero disculparme por no haber publicado esta entrada la semana anterior, pero actividades de tipo familiares me tuvieron ocupado. Cuando por fin pude escribirla, descubrí el HashTag #juevesbloguero el cual recomiendo ampliamente pues allí pude descubrir cientos de blogs de diferentes contenidos que sin duda hacen que se enriquezca, al menos, mi ansiedad de conocimiento. Cómo aún me faltaban algunos detalles importante de esta entrada, decidí entonces aplazarla una semana más, y cambiar la fecha de publicación de las mismas, que ya no serán los lunes, sino los jueves, justamente aprovechando esta ventana virtual.

La frase con la que he decidido nombrar esta nueva entrada, es una de las frases que más me ha impactado en mi vida. En parte por haberla leído en plena adolescencia, una etapa crucial para cualquier ser humano, y aunque ya tenía algunas curiosidades sobre el tema, esta sin duda me llevó a empezar a profundizar sobre qué es la muerte, y los diferentes impactos que ésta tiene en la sociedad. Debo decir además que me siento un poco frustrado, pues, esta frase la leí en un periódico, y quise volver a encontrar la noticia, pero fue imposible, no hay referencia alguna a ella, pero por fortuna, en mi memoria, esta frase no se me pudo olvidar jamás.

Hace algunos meses, un muy buen amigo, con motivo de la muerte repentina del padre de una amiga en común, me dijo “Viejo Jorge, la verdad es que el único requisito para Morirse, es estar vivo” y al igual que el impacto que tuvo en mí el título de esta entrada, esta nueva frase, fue la que me animó a retomar mis viejos pensamientos sobre el tema y empezar a escribir al respecto, y poder compartirlas con el mundo entero.

Pero, ¿por qué hablar de un tema del cual ya se ha hablado incluso por siglos y por tantas personas?, la respuesta a esta pregunta está en la visión que yo he construido a lo largo de casi 15 años sobre el concepto de muerte, el cual, no significa tristeza, ni dolor, cómo para la mayoría de las personas, incluso, del planeta entero. He tenido estas conversaciones cientos de veces, y puedo afirmar que en más de un 90% la muerte es la peor tragedia para cualquier ser humano. Pero entonces ¿por qué para mí no?

Parte de nuestra capacidad humana de raciocinio, es culpable que seamos seres que no nos gusta perder. Aceptar la pérdida de algo, o alguien, siempre va a generar sentimientos de frustración y culpa que nos hará la vida de cuadritos por algunos días, semanas, meses, años, o el resto de la vida en algunos casos. El sentimiento de frustración se presenta por no habernos preparado para un mañana sin ese objeto, o persona que perdimos, aun cuando desde siempre hemos sabido que no todo es eterno y evidentemente algún día lo íbamos a perder. Si sabemos esto de ante mano ¿porque no prepararnos con anticipación? Es cómo llegar a un examen en el colegio sin haber estudiado, y por consiguiente, lo vamos a perder. En cambio cuando nos preparamos adecuadamente para dicho examen, lo podremos pasar, y nuestra vida tranquila seguirá. Por otro lado, el sentimiento de culpa, está relacionado con todo aquello que dejamos de hacer, con ese objeto o persona que ahora hemos perdido. No disfrutamos lo suficiente con lo que tenemos, y cuando ya no está a nuestro alcance, lo lamentamos hasta más no poder. Esto es un ciclo que se repite una y otra vez, cultura tras cultura, haciendo que pasemos gran parte de nuestro tiempo de vida lamentándonos por lo que ya no tenemos, que disfrutando lo que nos quedó.

Particularmente hablando, hace cerca de 15 años, empecé un proceso de formación y aceptación del sentido de pérdida y muerte. Este proceso inició en principio con haber leído la frase, título de esta entrada, y culminada cerca de 3 años después, justamente con dos experiencias de muerte significativas que hubo en mi familia. Ambas, y sobre todo por el orden en el que se dieron, se constituyeron en el pilar fundamental del porqué, debemos prepararnos con anterioridad a cualquier proceso de pérdida, ya sea de objetos o personas.

Antes de compartir dichas experiencias, es muy importante dejar en claro que a nivel psicológico, las relaciones interpersonales son de carácter subjetivo. Es decir, La relación que yo tenga con mi mamá, por poner un ejemplo, no va a ser igual, a la percepción que mi mamá tenga, de la relación que ella tiene conmigo, a pesar de que estemos hablando de los mismos sujetos. Incluso, ambos lados de la relación pueden ser muy buenos y satisfactorios para ambos sujetos, pero jamás serán iguales.

Pocos meses después de haber empezado a leer sobre los procesos culturales de pérdida y muerte, justamente ocurrió una de esas situaciones en mi familia. Mi abuelo materno, a quien todos cariñosamente llamábamos Kike, falleció. Yo tenía 16 años. Recuerdo estar en la casa de una compañera de colegio haciendo un trabajo, cuando al final de la tarde y habiendo terminado las labores escolares, como de costumbre, llamé a mi casa para que me fueran a recoger y ¡oh sorpresa! La empleada de mi casa me informa que mis papás iban viajando para Medellín (Con mi familia vivíamos en la ciudad de Barranquilla), porque hacia unas horas mi abuelo había muerto, qué me habían dejado dinero para que tomara un taxi y me fuera para el apartamento. Mi reacción, cómo la de cualquier otro mortal fue: ¿Cómo que se murió mi abuelo, si él estaba perfectamente bien? Bueno, perfectamente bien, en términos de un hombre de unos 82 años aproximadamente. Los recuerdos que tengo de ‘Kike’ es de un hombre extremadamente fuerte, tanto en carácter como físicamente, no se le escuchaba nunca quejarse de nada, y por el contrario siempre al pie del cañón pendiente de su familia. Recuerdo perfectamente que era un martes 27 de Marzo del año 2001 (Tengo una gran capacidad de retención de fechas). Más aun fue mi sorpresa, pues por tradición, mi mamá y yo teníamos la bonita costumbre de llamar a mis abuelos maternos todos los domingos y hablar con ambos, es decir, sólo 3 días atrás yo había hablado por última vez con mi abuelo, no recuerdo de que hablamos, pero seguramente nada me haría pensar que 3 días después, estaría hablando de su muerte.

Inmediatamente colgué el teléfono, pero algo dentro de mí me mantenía tranquilo, pero sobre todo a la espera de más información. ¿Qué más información podría requerir, que saber que mi abuelo había muerto? Me han preguntado algunos cuando entablamos esta conversación. Pues sí, requería respuestas, ya sabía que mi abuelo no estaba con nosotros, había partido de este mundo, pero nosotros nos habíamos quedado, y Kike habría muerto así de repente.

Sólo hasta 2 días después del hecho, pude saber cosas interesantes para mi pensamiento, tales como, que él día que Kike murió, estaban en el apartamento, él, mi abuela, y la empleada que los acompañaba. Mis abuelos se sentaron a almorzar, Kike tomó todo su almuerzo, y al terminar y hacer el intento de levantarse, volvió a caer sobre su propio cuerpo, y sus ojos cerrados. La reacción inmediata de quienes allí estaban era que Kike pudo haberse quedado simplemente dormido, pero al poco tiempo se dieron cuenta que no. Kike había partido de este Mundo. Luego por otras versiones de otros familiares supe que una vez habiéndolo acostado en la cama, el semblante de su rostro era de “paz, tranquilidad, y hasta de una leve sonrisa”.  Una vez yo conocí estos detalles, inmediatamente dije, Así quiero morir yo. Kike, no solamente me había dejado grandes enseñanzas en vida, cómo todo abuelo, por su puesto, sino que hasta el último suspiro de su vida, e incluso después de, me enseñó lo valioso de llevar una vida en paz, y tranquila, fuera de problemas y stress rutinarios. Casi 82 años, dedicados, cómo cualquier Colombiano berraco, con aciertos y desaciertos a forjar una familia de 3 mujeres y un hombre (Una de ellas, mi hermosa madre), y poder inspirar esa paz y tranquilidad en su lecho de muerte, es un lujo, que, incluso pocos seres humanos se pueden dar. A partir de este momento empiezo a comprender, que si en verdad “Así quiero morir yo”, Muchas cosas en mi vida deberían empezar a cambiar y a forjarse.

No se trata entonces de dar ahora fórmulas mágicas para lograr estos propósitos. Dichas fórmulas no existen. Si recordamos el caso más reciente de Brittany, sus condiciones de salud y aún su edad, estaban lejos de todas las experiencias que Kike pudo haber vivido en sus 82 años, pero estoy seguro que en medio de esa adversidad, Brittany también partió de este mundo en paz y tranquila.

Cada uno, cada persona, cada individuo es el único responsable del tipo de vida que lleva. No es el trabajo, no son los problemas, no es la sociedad el que marca el estilo y calidad de vida que queremos llevar. Pues en la medida en que como seres humanos aprendamos que los problemas realmente existen y que en cualquier momento pueden llegar, pero que podemos estar bien preparados para estos, seguramente llevaremos una vida mucho más amena, y mucho más feliz, que nos llevará (y particularmente a mi) a cumplir ese “Así quiero morir yo”.  Para las personas creyentes en la Biblia Judeo-cristiana, el pasaje de José, y las 7vacas flacas y gordas, describen a la perfección, cómo prepararnos adecuadamente para la adversidad nos ayudará a superarla. Ojo, Muchos autores pretenden dar fórmulas mágicas para 'no tener problemas' o evitarlos. Cruelmente tengo que decirles que esta es una excelente estrategia de marketing comercial, pero mi responsabilidad social no me permite hacer esto. Los problemas siempre nos van a llegar, las pérdidas siempre van a aparecer, la muerte, tarde que temprano, llegará, y entre más nos empeñemos en negar estas tres verdades, más difícil, sin duda alguna, será nuestra vida.

Este es apenas la primera de 3 entradas sobre el mismo tema que quiero compartirles. En el tema del próximo jueves veremos el contraste sobre la segunda experiencia de muerte, y finalmente en la tercera y última entrada, las grandes conclusiones y aprendizajes que en 15 años, he podido recoger, sobre lo que es la muerte, y el porqué, no le temo a esta, y por el contrario me siento absolutamente preparado para recibirla, tanto el día que me toque a mí, como a algunos de las personas más cercanas que me rodean.


JORGE ARANGO CASTAÑO
Psicólogo.

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