En primera instancia quiero disculparme por no
haber publicado esta entrada la semana anterior, pero actividades de tipo
familiares me tuvieron ocupado. Cuando por fin pude escribirla, descubrí el
HashTag #juevesbloguero el cual recomiendo ampliamente pues allí pude descubrir
cientos de blogs de diferentes contenidos que sin duda hacen que se enriquezca,
al menos, mi ansiedad de conocimiento. Cómo aún me faltaban algunos detalles
importante de esta entrada, decidí entonces aplazarla una semana más, y cambiar
la fecha de publicación de las mismas, que ya no serán los lunes, sino los
jueves, justamente aprovechando esta ventana virtual.
La frase con la que he decidido nombrar esta nueva
entrada, es una de las frases que más me ha impactado en mi vida. En parte por
haberla leído en plena adolescencia, una etapa crucial para cualquier ser
humano, y aunque ya tenía algunas curiosidades sobre el tema, esta sin duda me
llevó a empezar a profundizar sobre qué es la muerte, y los diferentes impactos
que ésta tiene en la sociedad. Debo decir además que me siento un poco
frustrado, pues, esta frase la leí en un periódico, y quise volver a encontrar
la noticia, pero fue imposible, no hay referencia alguna a ella, pero por
fortuna, en mi memoria, esta frase no se me pudo olvidar jamás.
Hace algunos meses, un muy buen amigo, con motivo
de la muerte repentina del padre de una amiga en común, me dijo “Viejo Jorge,
la verdad es que el único requisito para Morirse, es estar vivo” y al igual que
el impacto que tuvo en mí el título de esta entrada, esta nueva frase, fue la
que me animó a retomar mis viejos pensamientos sobre el tema y empezar a
escribir al respecto, y poder compartirlas con el mundo entero.
Pero, ¿por qué hablar de un tema del cual ya se ha
hablado incluso por siglos y por tantas personas?, la respuesta a esta pregunta
está en la visión que yo he construido a lo largo de casi 15 años sobre el
concepto de muerte, el cual, no significa tristeza, ni dolor, cómo para la
mayoría de las personas, incluso, del planeta entero. He tenido estas
conversaciones cientos de veces, y puedo afirmar que en más de un 90% la muerte
es la peor tragedia para cualquier ser humano. Pero entonces ¿por qué para mí
no?
Parte de nuestra capacidad humana de raciocinio, es
culpable que seamos seres que no nos gusta perder. Aceptar la pérdida de algo,
o alguien, siempre va a generar sentimientos de frustración y culpa que nos
hará la vida de cuadritos por algunos días, semanas, meses, años, o el resto de
la vida en algunos casos. El sentimiento de frustración se presenta por no
habernos preparado para un mañana sin ese objeto, o persona que perdimos, aun
cuando desde siempre hemos sabido que no todo es eterno y evidentemente algún
día lo íbamos a perder. Si sabemos esto de ante mano ¿porque no prepararnos con
anticipación? Es cómo llegar a un examen en el colegio sin haber estudiado, y
por consiguiente, lo vamos a perder. En cambio cuando nos preparamos
adecuadamente para dicho examen, lo podremos pasar, y nuestra vida tranquila
seguirá. Por otro lado, el sentimiento de culpa, está relacionado con todo
aquello que dejamos de hacer, con ese objeto o persona que ahora hemos perdido.
No disfrutamos lo suficiente con lo que tenemos, y cuando ya no está a nuestro
alcance, lo lamentamos hasta más no poder. Esto es un ciclo que se repite una y
otra vez, cultura tras cultura, haciendo que pasemos gran parte de nuestro
tiempo de vida lamentándonos por lo que ya no tenemos, que disfrutando lo que
nos quedó.
Particularmente hablando, hace cerca de 15 años,
empecé un proceso de formación y aceptación del sentido de pérdida y muerte.
Este proceso inició en principio con haber leído la frase, título de esta
entrada, y culminada cerca de 3 años después, justamente con dos experiencias
de muerte significativas que hubo en mi familia. Ambas, y sobre todo por el
orden en el que se dieron, se constituyeron en el pilar fundamental del porqué,
debemos prepararnos con anterioridad a cualquier proceso de pérdida, ya sea de
objetos o personas.
Antes de compartir dichas experiencias, es muy importante
dejar en claro que a nivel psicológico, las relaciones interpersonales son de carácter
subjetivo. Es decir, La relación que yo tenga con mi mamá, por poner un
ejemplo, no va a ser igual, a la percepción que mi mamá tenga, de la relación
que ella tiene conmigo, a pesar de que estemos hablando de los mismos sujetos.
Incluso, ambos lados de la relación pueden ser muy buenos y satisfactorios para
ambos sujetos, pero jamás serán iguales.
Pocos meses después de haber empezado a leer sobre
los procesos culturales de pérdida y muerte, justamente ocurrió una de esas
situaciones en mi familia. Mi abuelo materno, a quien todos cariñosamente llamábamos
Kike, falleció. Yo tenía 16 años. Recuerdo estar en la casa de una compañera de
colegio haciendo un trabajo, cuando al final de la tarde y habiendo terminado
las labores escolares, como de costumbre, llamé a mi casa para que me fueran a
recoger y ¡oh sorpresa! La empleada de mi casa me informa que mis papás iban
viajando para Medellín (Con mi familia vivíamos en la ciudad de Barranquilla),
porque hacia unas horas mi abuelo había muerto, qué me habían dejado dinero
para que tomara un taxi y me fuera para el apartamento. Mi reacción, cómo la de
cualquier otro mortal fue: ¿Cómo que se murió mi abuelo, si él estaba
perfectamente bien? Bueno, perfectamente bien, en términos de un hombre de unos
82 años aproximadamente. Los recuerdos que tengo de ‘Kike’ es de un hombre
extremadamente fuerte, tanto en carácter como físicamente, no se le escuchaba
nunca quejarse de nada, y por el contrario siempre al pie del cañón pendiente
de su familia. Recuerdo perfectamente que era un martes 27 de Marzo del año
2001 (Tengo una gran capacidad de retención de fechas). Más aun fue mi
sorpresa, pues por tradición, mi mamá y yo teníamos la bonita costumbre de
llamar a mis abuelos maternos todos los domingos y hablar con ambos, es decir,
sólo 3 días atrás yo había hablado por última vez con mi abuelo, no recuerdo de
que hablamos, pero seguramente nada me haría pensar que 3 días después, estaría
hablando de su muerte.
Inmediatamente colgué el teléfono, pero algo dentro
de mí me mantenía tranquilo, pero sobre todo a la espera de más información.
¿Qué más información podría requerir, que saber que mi abuelo había muerto? Me
han preguntado algunos cuando entablamos esta conversación. Pues sí, requería
respuestas, ya sabía que mi abuelo no estaba con nosotros, había partido de
este mundo, pero nosotros nos habíamos quedado, y Kike habría muerto así de
repente.
Sólo hasta 2 días después del hecho, pude saber
cosas interesantes para mi pensamiento, tales como, que él día que Kike murió,
estaban en el apartamento, él, mi abuela, y la empleada que los acompañaba. Mis
abuelos se sentaron a almorzar, Kike tomó todo su almuerzo, y al terminar y
hacer el intento de levantarse, volvió a caer sobre su propio cuerpo, y sus
ojos cerrados. La reacción inmediata de quienes allí estaban era que Kike pudo
haberse quedado simplemente dormido, pero al poco tiempo se dieron cuenta que
no. Kike había partido de este Mundo. Luego por otras versiones de otros
familiares supe que una vez habiéndolo acostado en la cama, el semblante de su
rostro era de “paz, tranquilidad, y hasta de una leve sonrisa”. Una vez yo conocí estos detalles,
inmediatamente dije, Así quiero morir yo.
Kike, no solamente me había dejado grandes enseñanzas en vida, cómo todo
abuelo, por su puesto, sino que hasta el último suspiro de su
vida, e incluso después de, me enseñó lo valioso de llevar una vida en paz, y
tranquila, fuera de problemas y stress rutinarios. Casi 82 años, dedicados,
cómo cualquier Colombiano berraco, con aciertos y desaciertos a forjar una
familia de 3 mujeres y un hombre (Una de ellas, mi hermosa madre), y poder
inspirar esa paz y tranquilidad en su lecho de muerte, es un lujo, que, incluso
pocos seres humanos se pueden dar. A partir de este momento empiezo a
comprender, que si en verdad “Así quiero morir yo”, Muchas cosas en mi vida
deberían empezar a cambiar y a forjarse.
No se trata entonces de dar ahora fórmulas mágicas
para lograr estos propósitos. Dichas fórmulas no existen. Si recordamos el caso
más reciente de Brittany, sus condiciones de salud y aún su edad, estaban lejos
de todas las experiencias que Kike pudo haber vivido en sus 82 años, pero estoy
seguro que en medio de esa adversidad, Brittany también partió de este mundo en
paz y tranquila.
Cada uno, cada persona, cada individuo es el único
responsable del tipo de vida que lleva. No es el trabajo, no son los problemas,
no es la sociedad el que marca el estilo y calidad de vida que queremos llevar.
Pues en la medida en que como seres humanos aprendamos que los problemas
realmente existen y que en cualquier momento pueden llegar, pero que podemos
estar bien preparados para estos, seguramente llevaremos una vida mucho más
amena, y mucho más feliz, que nos llevará (y particularmente a mi) a cumplir
ese “Así quiero morir yo”. Para las
personas creyentes en la Biblia Judeo-cristiana, el pasaje de José, y las 7vacas flacas y gordas, describen a la perfección, cómo prepararnos
adecuadamente para la adversidad nos ayudará a superarla. Ojo, Muchos autores
pretenden dar fórmulas mágicas para 'no tener problemas' o evitarlos. Cruelmente
tengo que decirles que esta es una excelente estrategia de marketing comercial,
pero mi responsabilidad social no me permite hacer esto. Los problemas siempre
nos van a llegar, las pérdidas siempre van a aparecer, la muerte, tarde que
temprano, llegará, y entre más nos empeñemos en negar estas tres verdades, más difícil,
sin duda alguna, será nuestra vida.
Este es apenas la primera de 3 entradas sobre el
mismo tema que quiero compartirles. En el tema del próximo jueves veremos el
contraste sobre la segunda experiencia de muerte, y finalmente en la tercera y
última entrada, las grandes conclusiones y aprendizajes que en 15 años, he
podido recoger, sobre lo que es la muerte, y el porqué, no le temo a esta, y
por el contrario me siento absolutamente preparado para recibirla, tanto el día
que me toque a mí, como a algunos de las personas más cercanas que me rodean.
JORGE ARANGO CASTAÑO
Psicólogo.
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