domingo, 14 de junio de 2015

LOS METRO SUBTERRÁNEOS, UNA CARCEL SOBRE RIELES DEL DÍA A DIA


En algún momento de la vida leí una historia que hoy más que nunca la traigo a colación. Es una de esas cosas fascinantes de cómo actúa nuestro cerebro, pues puedo jurar que por años nunca había recordado esta historia, pero que unos acontecimientos vividos recientemente la trajeron a mis recuerdos, como si la hubiera leído ayer.

La historia trata de un prestigioso empresario, que durante 10 años, de manera casi inalterable, transitaba diariamente por el mismo camino hacia su oficina, y de su oficina a su casa. Todos los días se quejaba del mismo trancón, de los imprudentes peatones, de la inclemencia del clima, etc. Fueron 10 años de la misma historia. Un día cualquiera su auto se averió, y tuvo que dejarlo en el taller, cómo era natural. Al día siguiente por primera vez en 10 años tomó un taxi para dirigirse a su habitual lugar de trabajo, pero esta vez él no era el conductor, era un pasajero más. El camino era el mismo, había el mismo trancón, el clima seguía inclemente, los peatones imprudentes, en fin, pero por primera vez, en 10 años pudo notar algo más, pudo notar que existían cosas que en su día a día, por la monotonía de conducir hacia su lugar de trabajo, él jamás había notado. Se dio cuenta que después de 10 años, la panadería que él recordaba en determinada calle, ahora era una lavandería. Se podría jurar a él mismo que en algunas ocasiones envío a alguien a disfrutar de dichos panes, y ahora sentía vergüenza al pensar que dichas personas nunca llegaron porque ahora era una lavandería, y él no sabría desde cuándo. Y así en el trayecto cotidiano se dio cuenta de cientos de cosas más que habían cambiado, tanto para bien como para mal, pero que simplemente él nunca había lo notado. La travesía en taxi hasta su oficina duró una semana, tiempo en el cual todos los días descubría cosas nuevas: niños jugando en los parques, cientos de personas esperando en los paraderos de los buses por sus transportes, la demolición de algún determinado inmueble para darle paso a una nueva construcción, ver aviones volando, o simplemente apreciar el cambio repentino del clima. Pasada la semana y una vez le devolvieron su carro, se prometió así mismo no volverse a quejarse del tráfico, pues era algo que él no podría controlar, y decidió más bien aprovechar cada segundo en que su vehículo se tenía que detener por alguna circunstancia, para apreciar el mundo que había más allá de su parabrisas, un mundo que él se había perdido durante 10 años.

Me acuerdo que días antes de yo comprar mi vehículo, que aún tenía que montar en los buses de mi ciudad, tuve varios episodios que en alguna red social manifesté iba a extrañar una vez me entregaran mi carro, por fortuna soy una persona que estoy casi siempre muy alerta a todo lo que pasa en mi alrededor, y tal vez por conocimiento previo de la historia anterior, o por mi forma de ver la vida, o por la mezcla de los dos, nunca he tenido la sensación de haberme perdido del mundo por estar conduciendo un auto, sin embargo si conozco de numerosas personas a las que dicha situación les ocurre, pero realmente mi verdadera impresión la viví hace unos días, donde sentí altos niveles de frustración, casi comparados con claustrofobia y mezclados con altas dosis de lástima y compasión hacia miles y miles y miles de personas de todo el mundo que viven un día a día en lo que desde ahora considero, una cárcel sobre rieles. Para mí, claramente una de las grandes catástrofes en contra de la humanidad.

Acabo de finalizar unas excelentes vacaciones familiares entre Sao Paulo y Rio de Janeiro, Brasil. Todo fue excelente y sin ninguna queja, ni siquiera lo narrado en estas líneas, pues para mí esto representa un alto grado de aprendizaje en mi afán por comprender los comportamientos humanos. Durante la instancia en ambas ciudades ya mencionadas, nuestro método de transporte fue el metro, algo que en mi imaginario solo conocía por el único metro que tiene Colombia, y que más adelante me referiré a él, y un fugaz paso de 1 día por el metro de Buenos Aires hace algunos años, que hasta ahora hago clic (o como dirían mis colegas Insight). Tanto en las películas como en relatos de otros viajeros, era conocido por mí la existencia de los metros subterráneos. De hecho, para escribir esta entrada hice una búsqueda rápida y el 88% de los metros que existen en el mundo son subterráneos. Sin embargo hasta ahora vengo a comprender el gran daño que estos le hacen al libre desarrollo de la humanidad.

El primer día inmediatamente lo noté, y no pude evitar en el acto ponerme en los zapatos de los miles de usuarios que lo utilizan a diario para dirigirse a sus lugares de trabajo, y me resistía a creer que me esperaban 4 días más de lo mismo. Encerrado en un tren en cuyas ventanas solo podría ver concreto a la velocidad del mismo y de vez en cuando una que otra publicidad cuyo único fin es lavarnos el cerebro y hacernos cada vez más consumidores. ¿Dónde quedaron las vistas a los edificios, parques, trafico, aviones, y en si todo lo bueno y malo que pueda ofrecer una ciudad día a día?

El segundo día, ya con mis sentidos claustrofóbicos alertas, me dediqué a observar el comportamiento de la gente. Intenté distinguir quienes serían los usuarios habituales del sistema y que se habían subido conmigo en la estación subterránea, y que además se bajaron en otra estación, que también fuera subterránea y que no tuviera conexión con otras líneas (Es importante aclarar que el recorrido que nosotros teníamos que hacer era bastante considerable, lo suficiente para analizar esta situación). El panorama fue desolador. Y pensar que hay miles de personas en todo el mundo (porque la misma situación se repitió con el metro de Rio de Janeiro) que día a día se transportan a sus lugares de trabajo sin saber que pasa en la realidad y que son bombardeados con publicidad que les lavan el cerebro, sin tener ninguna oportunidad de escoger nada. Y todavía creemos que la esclavitud fue abolida, y la realidad es que esta mutó.

En nuestro país estamos viviendo ahora la construcción del tal mencionado Metro de Bogotá, aquel que está en mora desde los años 50, y que la discusión actual es si se hace subterráneo o aéreo. El metro de Medellín es totalmente abierto, gran parte de este es a ras del piso y el resto aéreo, pero desde la estación de Sabaneta, hasta la de Niquía o hasta San Javier, el usuario de a pie, del día a día, que sólo tiene esta opción de transporte, al menos puede saber que ocurre en su ciudad a diario, que cambios hay, si ocurren cosas buenas o malas, etc. Pero pasarse la mayor parte de su tiempo de vida encerrado entre concreto y publicidades es sumamente cruel para cualquier ser humano, que lo único que hace es acrecentar la brecha de desigualdad social sin mencionar los efectos psicológicos que el encerramiento trae para cualquier sujeto. Casi me atrevería asegurar que tiene más libertades un preso, que los usuarios de este tipo de sistema, con el agravante que no tiene solución, pues claramente los metros del mundo no van a cambiar sus sistemas.

Ni que hablar de los que somos turistas. El recorrido que tuvimos que hacer durante 4 días, en la que tal vez es la ciudad más grande de Latinoamérica, sería un aproximado de 27 Km de distancia solo la ida; en carro una duración de casi 1 hora y 30 minutos mientras que en metro fueron unos 25 minutos. Sin duda el metro la mejor opción, pero ¿pudimos conocer a Sao Paulo?, solo pudimos conocer mucho concreto y avisos publicitarios. La experiencia en Rio de Janeiro no fue tan distinta. Salvo que por un recorrido que debió ser de unos 15 minutos en bus, por error nos montamos en el que iba en dirección contraria y dimos un paseo de casi hora y media por interesantes sectores de Rio de Janeiro, una experiencia totalmente diferente y donde pudimos apreciar más de la ciudad.

Guardo la esperanza que los responsables de la construcción del Metro de Bogotá puedan leer este escrito, y que lo tengan en cuenta a la hora de tomar la decisión final, la cual obviamente espero, deseo y hago el llamado para que sea en la superficie. Y aunque los demás metros del mundo, no van a cambiar sus sistemas, ojalá puedan hacer algo para remediarlo, aunque sea con pantallas que muestres lo que ocurre en la realidad, que al menos le permita al usuario tener opciones entre toneladas de concreto y bombardeos de publicidad.

JORGE ARANGO CASTAÑO

Psicólogo.

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5 comentarios:

  1. Noto una ligera diferencia de tu experiencia en metros subterráneos con la mía. Para mi las paredes de concreto eran un espacio de tranquilidad que mucha gente usaba para leer, inclusive estando de pie!! Yo que no puedo leer en movimiento me perdía en pensamientos vagos o en conversaciones hasta llegar a mi sitio de destino si iba acompañada. En los metros subterráneos vi musica, arte, y baile. En París por ejemplo hay estaciones con temáticas diferentes lo cual hace que inclusive el metro sea parte de tu paseo. Para mi el metro subterráneo era un plus de mi vida cotidiana en Milán, sin el estrés de la calle y en otras ciudades me admire con semejante estructura de ingeniería de esas redes subterráneas que en varias ocasiones hicieron que me perdiera. Lo interesante es notar como cada ser humano tiene su forma de ver el mundo. Lo que es una cárcel para ti para mi era algo positivo.

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  2. Amiga mía, tus palabras me dan un poco la razón en lo que expreso. Al menos los metros de Sao Paulo y Rio carecen por completo de cualquier complemento ya sea artístico o musical. Lo de aprovechar el tiempo para leer es una forma de alienarse del mundo. En el metro de medellín muchos también lo hacen, pero piensa, no es muy triste que pases 5, 10, 15, 20, 40 años usando el mismo sistema sin que sepas que novedades hay allá arriba?, que todo te lo tengan que contar?, digo, entre eso y el mito de la caverna de Platón, que diferencia hay?

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  3. Resulta fascinante cómo un mismo episodio puede generar tan diversos puntos de vista y en cada caso ser muy ciertos y válidos desde la perspectiva en que se enfoque. Respetuosamente pienso que los dos tienen razón y nuestra percepción de este viaje a través de un maravilloso avance de ingeniería como lo es el metro, dependerá casi en su totalidad de nuestro estado de ánimo al momento de viajar en él. Si estamos tranquilos, felices, necesitaremos de un entorno vivaz para compartir y el metro si estuviese adecuado en su recorrido con pantallas que mostraran una bella natutaleza, ó presentara arte en sus muros o música suave muy bien orquestada, sería el complemento ideal de mi recorrido, y lo haría divertido y sin perderme del mundo, pero si por el contrario deseo sólo aquietarme y bajar el stress, el metro con sus kilómetros de cemento ayudarían.

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  4. Así es mi estimada Yerika. El ser humano debe de dejar de pensar en sólo construir grandes obras de ingeniería sin tener en cuenta otros cientos de cosas más que la complementaria y que harían un mundo mejor.... Definitivamente ahí se ve la importancia del trabajo interdisciplinario... Besos y gracias por compartir. ;)

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