El día inició como de costumbre. Se despertó a las 5:30 am de acuerdo a su reloj biológico, como había ocurrido los últimos 92 años, de los 117 que ya tenía. Ya a esa edad, solamente se dedicaba a disfrutar del aroma de las montañas, leer las noticias y avanzar en algún libro, y jugar con sus bisnietos si llegaban a visitarlo. Sobre el medio día le avisaron que el almuerzo estaba listo, se desplazó hacia el comedor, se sentó en la vieja silla de madera, y disfrutó de su comida favorita, que justo ese día se la habían preparado. Al terminar de comer, sintió dos sensaciones que, en sus 117 años, era la primera vez que las sentía en simultáneo, siempre habían sido por independiente. Por un lado, se sentía absolutamente satisfecho y placentero por haber disfrutado su comida favorita. Por otro lado sentía que las fuerzas se le iban y de repente se sentía terriblemente agotado y entrando en una especie de somnolencia. Hizo el ademán de levantarse de la silla, pero acto seguido, volvió a caer en ella producto de su propio peso y sus ojos se cerraron. Quienes estaban almorzando con él pensaron que se había quedado dormido, al intentar despertarlo para que se fuera a su cama, se dieron cuenta que sus ojos se habían cerrado para siempre. Como pudieron lo llevaron a su cama y empezaron el trámite de rigor que ocurre en estos casos. Algunos se pusieron muy tristes, otros estaban extrañamente tranquilos. El cuerpo yacía sobre su cama y se veía una ligera sonrisa en su rostro. Se había ido tranquilo y en paz.
De un momento a otro recuperó la conciencia. Sabía perfectamente lo que había ocurrido pero no podía sentir absolutamente nada. De hecho se percató que estaba en un lugar absolutamente extraño para él, un lugar al que nunca había visto, ni visitado, pero que le producía total paz. Veía a su alrededor mucha oscuridad, un camino que se iluminaba tenuemente, y al final, una extraña luz blanca. Su instinto le decía que siguiera el camino hacia dicha luz. A medida que se acercaba a hacia ella sentía que su fisionomía cambiaba, se hacía cada vez más pequeño, y su piel se volvía más lisa. Sin embargo nunca sintió necesidad de volver o parar, sino siempre de seguir adelante. La luz blanca era cada vez más grande, y el espacio oscuro cada vez más pequeño. Al llegar a su destino final, su fisionomía había cambiado drásticamente, al punto de no reconocerse así mismo, tanto por lo pequeño que ya estaba como en la forma en la que ahora se desplazaba. También notó que el ambiente había cambiado rotundamente, ahora todo estaba húmedo, y no entendía que era ese extraño líquido que ahora lo rodeaba. Llegó el momento de dar el paso final y atravesó la luz con algo de dificultad. Ahora se encontraba en brazos de una mujer vestida de blanco, que le daba unas palmaditas en la espalda y le limpiaba los restos de aquel extraño líquido que traía, una vez había atravesado la luz. Ahora había perdido totalmente cualquier recuerdo de lo vivido antes de ese paso final, y su mente y su cuerpo estaban listos para adquirir nuevos conocimientos, que sirvieran para alimentar, a su ya experimentada Alma, que una vez más iniciaba un nuevo ciclo de vida.
JORGE ARANGO CASTAÑO
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Feb 22 de 2019
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