Ese día, él se despertó 15 minutos más tarde de lo acostumbrado por primera vez en su vida. Había olvidado poner la alarma el día anterior y su obsesividad con los tiempos le estaba jugando una mala pasada. Como pudo se alistó y salió corriendo de su casa para tratar de no dañar su perfecto récord de llegadas puntuales a su lugar de trabajo. Sin embrago fue imposible, el bus ya había pasado y le tocaba esperar el próximo que viniera, lo cual tardó un poco más de 10 minutos. Su vida era tan monótona que se sintió perdido al subir al bus. No conocía al conductor, ni reconocía a ningún pasajero, lo cual habitualmente ya sabía quién se montaba y en qué lugar se bajaban aunque no conociera sus nombres ni nada más de sus vidas una vez abandonaran el bus. Sin embargo, en medio de ese nuevo tumulto extraño de gente quedó repentinamente hipnotizado. Ahí estaba ella sentada mirando a la nada por la ventana del bus. De repente, un sobre salto la hizo volver en sí y se cruzaron por primera vez sus miradas. Ella también cayó en el mismo hipnotismo. Cada uno se hacía preguntas sobre el otro, y al imaginarse las respuestas, el rubor de sus rostros era imposible ignorarlo mutuamente. Cada uno sabía lo que pensaba el otro. Él se debatía si debía hablarle con alguna excusa o ir directo al grano. Ella hacía plegarias al cielo para que le dirigiera alguna palabra. Pasaron los minutos y ninguno hizo nada, hasta que llegó lo inevitable. Ella sabía que se acercaba a su lugar de destino. Quería que el tiempo se detuviera y se quedara ahí, estático para siempre. Él, ajeno a esto, seguía imaginando y pensando en mil opciones sin saber que el tiempo era su ahora peor enemigo. Y ocurrió. Ella tuvo que finalmente bajarse del bus. Lo hizo tan lento como pudo, sin perder la parada. La tristeza se apoderaba de ella al preguntarse porque él no hizo nada. Él quedó paralizado por verla marchar y lamentándose no haber tenido más valor para romper sus pensamientos y hablarle en la realidad. El bus tuvo que arrancar y a la distancia se quedaron mirándose fija pero tristemente, hasta donde la distancia les permitió. Él, por primera vez en su vida llegó tarde a su lugar de trabajo. Ya todos pensaban si le habría ocurrido algo malo, pero se aliviaron al saber que había sido un simple olvido que a cualquiera le pudo pasar. Sin embargo, él debía tomar una decisión; o modificaba rotundamente sus horarios y por ende estilos de vida creyendo que la volvería a ver, o, dejaría pasar la ocasión y volvería todo a lo monótono de antes. Al día siguiente, la alarma sonó a la hora habitual de siempre, y él llegó a su lugar de trabajo como había ocurrido toda su vida. Ella, iba siempre en el mismo bus, ya no mirando a la nada por la ventana, sino atenta a cualquier parada del vehículo, pendiente si él se subía, algo que nunca más volvió a ocurrir.
JORGE ARANGO CASTAÑO
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Feb 28 de 2019
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